miércoles, 7 de agosto de 2013

Indignación

¡Qué barbaridad! pensó Hugo, mientras miró el televisor que mostraba imágenes sobre un derrumbe, o una guerra, o algo parecido, que se repetía una y otra vez, con títulos en rojo. Pero no era suficiente, decidió que su indignación debía ser compartida con su vecino en el bar y exclamó, casi gritando:

-¡Pero qué barbaridad!

Y como por arte de magia se liberó del peso de la culpa de no hacer más que mirar una pantalla, y se sintió mejor persona con sólo pronunciar una frase simple pero definitiva que invitaba inevitablemente a su ocasional compañero de bebidas a decir algo similar que lo confirmara como el ser sensible ante la tragedia y el dolor ajenos que era. Pero no escuchó respuesta. Y se inquietó.

-¿No escuchó? ¡Una tragedia! ¡Es terrible!

Lo más extraño era que el viejo a su lado lo miraba divertido. Posaba sus ojos en el televisor, lo miraba él y se reía con risita corta, como un chico que hizo una travesura. Parecía no entender la gravedad de lo que se le mostraba ni conmoverse por el sufrimiento de los afectados por el derrumbe, o la guerra, o lo que fuera. O no darle importancia. Ni el menor rastro de tristeza en sus ojos. No había en su rostro más que una enorme sonrisa, a la que le faltaban algunos dientes, pero de una plena felicidad, como si fuera ese el día de su cumpleaños y hubiera recibido un regalo.

Entonces el mozo se acercó, le tocó el brazo al viejo y le preguntó:

-¿Por qué tan contento? ¿No le importa lo que pasó?

-No entiende, joven. Es que mientras la Parca se entretiene en otros lados, no me visita a mí.- dijo, como quien presenta una verdad irrefutable, y rió, cortito, otra vez.

Hugo se quedó pensando; no pudo más sentirse a gusto con su afectada indignación tras tanta sinceridad.