martes, 28 de mayo de 2013

La Princesa y el Cuidador

-¡Esto es demasiado! ¡No pueden perseguirme todo el tiempo!

El Oído no podía creer lo que oía, el Ojo parpadeó nervioso y la Boca rió, con una risa corta, como de quien sabe que tiene la razón de su lado, y dijo:

-¡Claro que sí!

La Princesa todavía no se acostumbraba a las presencias. Hacía bastante tiempo que se habían instalado a su alrededor, como nubes, pero sólo ella las percibía. Estaban, dondequiera que ella fuese, con ella.

Un Oído capaz de escuchar hasta sus pensamientos; un Ojo capaz de verla aún cuando ella no se veía a sí misma; una Boca que le indicaba las cosas que hacía mal pero nunca las cosas que hacía bien.

-No sé cuánto más voy a tolerar esta intromisión a mi privacidad.- alcanzó a balbucear la Princesa en voz baja, algo resignada.

-No tienes privacidad, tonta. -le dijo la Boca, que no se callaba nada.

No callaba nunca, la Boca. Hasta cuando estaba en silencio algo decía. Porque la Princesa la oía.

-¿Qué pasa si dejo de prestarles atención?

-Nada, porque seguiríamos aquí.

-Estoy triste. Necesito estar sola, completamente sola. Por favor, ¡váyanse!

-Esto no funciona así. Vamos a seguir dando vueltas. No te hablaremos, quizá, pero estaremos contigo siempre.

-No los quiero conmigo. No sé cómo llegaron. No sé por qué quiero estar sola, pero lo necesito. ¿Puede ser que me dejen tranquila?

-Todavía no entiendes que no podemos irnos. No porque no queramos, ilusa. Sino porque no podemos- y susurró, como si fuera necesario - Somos tú.

El Ojo estaba ahora como sorprendido. La Boca había hablado de más. Y no se detenía.

-Somos tú, por eso no nos vamos. Porque estamos atados a tu parecer. Mientras te juzgues a ti misma, estaremos. Mientras escrutes tus pensamientos, tus acciones, tus deseos, estaremos aquí para recordarte lo mucho que has errado en todo. Sólo estamos porque nos has llamado, niña. Has empezado a odiarte, un poco cada día. Has escuchado lo que dicen los demás de ti , sólo lo malo, sólo tus faltas. Te diste cuenta de que no tienes nada para ofrecer al mundo, y estás triste por eso. Lo vemos.


El Ojo, bien abierto, miraba a la Princesa que ahora tenía cara de luto, y sus propios ojos como vidrios, llenos de impotencia y bronca.

-Si quieres que nos vayamos vas a tener que hacer alguna otra cosa, que no te diré.- sentenció la Boca. Y no se la escuchó más, al menos por un tiempo.

El resto del día la Princesa pensó, sabiendo que el Oído escuchaba pero feliz de que la Boca estuviera callada un rato. Sentía por primera vez, desde hacía mucho, como si estuviera sola.

Era difícil dejar de odiarse. Estaba entrenada para hacerlo. Otras bocas y otros ojos y otros oídos la juzgaban todo el tiempo, y ella lo sabía. Estaba rodeada de personas que la miraban, que la estudiaban, que le decían qué hacer, tanto o más peligrosas que las presencias que ella sentía ahora. Y de todas las personas que ella conocía, el Cuidador era quien más influencia tenía en ella. El amor era seguro de su parte, pero su trato para con la Princesa no siempre era dulce.

El Cuidador era bueno para atravesar momentos tormentosos: había estado con ella cuando la Princesa no lograba dejar de bailar en círculos, como un trompo, llegando a marearse, sola, hasta caer. También le daba por cantar varias canciones a la vez, como si tuviera varias voces, en las que no se le entendía nada. Y otra vez había estado también para impedir que la Princesa se cayera a un pozo muy profundo, en cuyo borde caminaba peligrosamente, sin darse cuenta. El Cuidador había conseguido que una Bruja le diera una poción mágica que la calmaba y la volvía un poco tonta y sin gracia, pero la sacaba del trance y la ayudaba a descansar.

Sin embargo, cuando la Princesa se recuperaba de los efectos mágicos, todo se le volvía gris y triste otra vez. Su corazón se llenaba de nuevos miedos, y el Cuidador, que con tanto amor la había salvado de esos extraños ataques que le daban, ahora le lanzaba miradas frías y comentarios que la herían. Ella sentía que,  para él, ella no hacía nada bien, y que resultaba ser sólo un problema y una responsabilidad muy grandes. "Seguís enferma", le decía, una y otra vez, el Cuidador. "Las pociones no sirven, yo tengo que curarte para siempre", parecía que le quería decir.

La Princesa no quería pensarse a sí misma como un problema, ni siquiera como un enigma a resolver. La Princesa sabía que era distinta y que cada cierto tiempo algo en ella no andaba bien, pero sabía que ella era siempre ella, que no cambiaba tanto en esos momentos. Le gustaba mucho bailar, cantar y pasearse por lugares nuevos o peligrosos con mucho cuidado, cuando se sentía bien y era genuinamente feliz.

Pero no podía salir del círculo: el Cuidador se empecinaba en recordarle día y noche que debía ser feliz porque todo lo tenía; no lograr ser feliz, aún con todo, la llenaba de culpa; la culpa le causaba rechazo de sí misma y hasta llegaba a odiarse; odiarse le causaba tristeza y le impedía ser feliz. Y, para colmo, ella sentía que el amor del Cuidador para con ella cada vez era más pequeño, y que él tampoco era feliz, por lo mucho que ella lo preocupaba. (El trabajo de un Cuidador no termina nunca.)

¿Podría cortar el círculo? ¿Las presencias la abandonarían al final? La Boca le había dicho que tenía salida su situación, pero no le había dicho qué hacer.

El Cuidador apareció de golpe en la habitación y vio a la Princesa pensativa y más triste que de costumbre, pero dijo:

-Tengo que resolver el problema, Princesa.

-¿El mío? No tiene solución, la Bruja lo dijo.

-¿Y si cambiamos de bruja? En otro reino puede que sepan cómo resolverlo.

-No es tu trabajo curarme, Cuidador. Es más... ya no quiero que seas mi cuidador. Quiero que seas mi Compañero de juegos.

El Oído no podía creer lo que escuchaba. El Ojo le hizo un guiño a la Boca, que había enmudecido todavía más.

-Pero si jugamos, Princesa. Mi deber es protegerte.

-¿Tu deber? Recuerdo que el puesto original no era de Cuidador.

-Pero su condición, Princesa, necesita que alguien...

-No- interrumpió la Princesa, impaciente - No quiero que sólo me pienses así, como un problema. Quiero que juguemos otra vez.

-La vida es dura y llena de problemas. No es momento de juegos.

-Te has olvidado cómo reír. Solíamos hacerlo a menudo. Anda, cámbiate esas ropas y ven, ríe un rato conmigo. Vamos a jugar a algo.

El Cuidador asintió, se cambió, dejó su cara seria por otra más amable y buscó unos naipes.

La Boca sonrió, complacida y dijo:

-Eso está muy bien, pero falta algo. No sólo él debe jugar contigo, sino tú debes volver a creer que puedes seguir sola, aún sin el Cuidador. ¿Estás lista para intentar algo así?

-Así lo creo. - dijo la Princesa.

-Bien. Entonces ya no es necesario que te recordemos nada. Aunque siempre podríamos volver...